Leyenda de La Quebrada de Los Mates
Por: Juan Carlos Robles; Fotografía: Gabriel Guerra
Los cascos de los caballos sacaban chispas de fuego del camino pedregoso y áspero que nos llevaba rumbo a la cordillera de Los Cuartitos, a bajar los animales que estaban pastando en las veranadas en la alta cordillera.
A una distancia prudente delante de mi cabalgadura marchaba con paso seguro el caballo sillero del abuelo Pedro Torres, hombre ya maduro con una experiencia increíble en esto de ir y venir desde la cordillera a la costa con sus arreos de ovejas, cabras y caballares. De tanto desandar los caminos el abuelo Pedro se fue haciendo famoso en contar historias de cordillera, de leones, de cucamulas y quebradas donde habita el mandinga.
La noche se nos había venido encima y en el negro firmamento las estrellas plateadas parecían guiñarnos su único ojo indicándonos el camino que nos llevaría al corazón del macizo andino, donde el Valle del Elqui se corona de nieves eternas y ventisqueros.
Cabalgabamos a la altura del caserio de Chapilca, cuando el abuelo Pedro me saco de mis cavilaciones.
– Atrinca el manco niño, y cálate bien el sombrero que vamos a pasar por la Quebrada de Los Mates.
– ¿y eso?… ¿qué? abuelo
– Mira hijo, me dijo, los caminos de los arrieros son misteriosos y nunca se sabe que nos espera en cada recodo de estos.
– Si el abuelo Pedro lo dice asì será, pensé para mis adentros
– Atrinque bien mi cabalgadura, me cale el sombrero, y con mis rodajas de plata acaricie los ijares de mi caballo, poniéndome a la par con el Abuelo Pedro, que comenzó a contarme esta historia:
– Fíjate hijo, que esta quebrada antiguamente se llamaba Quebrada del Coirón…
-¿y por que le pusieron Quebrada de los Mates abuelo? Pregunté intrigado
-Yo te contaré su historia: Hace ya muchos años, en esta quebrada había una mina de oro muy rica, y trabajaban en ella unos pirquineros de Rivadavia: Eran siete gallos que se ganaban la vida sacando oro de unos picados que hay al fondo de esta quebrada, (que separa actualmente como frontera natural a los fundos de Don Félix Arqueros y Don Hugo Molina). Bueno dicen que estos hombres les iba muy bien en lo del oro… pero tenían un gran secreto, estos pirquineros tenían un amigo muy misterioso que les ayudaba de vez en cuando a sacar oro del picado, ellos le llamaban el Paisano.
Decían que el Paisano era hombre de pocas palabras, edad indefinida gran fortaleza muscular, mirada negra y penetrante como la noche, y cuando se le podían ver los dientes refuljuraba a la luz de los candiles un diente de oro de buena ley que adornaba su boca. Al Paisano le gustaba trabajar en la mina de noche decía que era mejor y le acomodaba mas. Y así de tarde en tarde, cuando las sombras del anochecer amortajaban la Quebrada de Los Mates, los mineros se reunían en torno al fogón para libar olorosos mates con churrascas y queso de cabra fresquito que compraban a los cabreros trashumantes que pasaban por el lugar. De pronto se aparecía el Paisano como salido de la nada, se sumaba a la rueda de mates sin articular palabra alguna y compartía como uno mas del grupo.
Adentrada la noche se levantaba en silencio como era su costumbre y se dirigía a la boca del socavón sumergiéndose en la oscuridad profunda de la mina, como un murciélago gigante pero que no proyectaba sobra alguna contra la luz de los candiles. Los pirquineros habían notado este detalle pero guardaban un silencio cómplice por que sabían perfectamente de quien se trataba, total a ellos solo le importaba la ayuda de este misterioso ser, para dar con el venero más rico de la mina que les aportaba jugosos dividendos.
Al poco rato de que el Paisano se metía en la mina, se escuchaban las terribles estocadas que este le daba a las entrañas de la montaña sin barreno ni martillo, pues nunca se le vio llevar estas herramientas fundamentales para los mineros, los hombres escuchaban entre temerosos y jubilosos el laborar del Paisano, porque sabían que al día siguiente encontrarían la remesa más rica que ellos jamás podrían conseguir.
A la mañana siguiente de la visita del Paisano los mineros se levantaban al alba para preparar el mate del desayuno y las herramientas para el laboreo del día, que seguro era mucho y muy bueno, corrían al socavón para invitar al Paisano a la merienda matinal y con los ojos llenos de ambición se encontraban la gran ruma de metal tan rica, que a simple vista se podían ver las chispitas de oro nativo incrustadas en un cuarzo blanco como la nieve…, y del Paisano ni rastros.
Luego de procesar el metal y convertirlo en oro amalgamado, los pirquineros bajaban del cerro sonrientes y ufanos y se sumergían en los burdeles del puerto de Coquimbo en semanas de borracheras, cuando solo les quedaban algunas chauchas para la yerba mate, el tabaco y algunos pocos víveres los mineros regresaban cabizbajos y melancólicos en el tren Elquino para nuevamente perderse en la Quebrada de Los Mates a empezar todo de nuevo.
Con la resaca a cuestas casi no hablaban, pero pensaban que le dirían a su socio del cerro de la parte de las ganancias que le correspondían a este, pero que ellos se habían gastado sin miramientos, luego se conformaban recordando una conversación que habían tenido una vez con el Paisano, vez que también se habían fundido con la ganancias, cuando trataban de explicar lo inexplicable dicen que el Paisano los detuvo diciendo:
-No se preocupen amigos, gocen mientras vivan de los placeres de este mundo, lo mío lo cobraré algún día en sus lechos de muerte.
-Pero como Paisano si estaremos muriendo de donde vamos a sacar plata para pagarle.
-Mi pago no es con dinero, mi pago se efectúa con algo mucho más valioso…con sus almas.
Un escalofrió de muerte recorrió sus espaldas y los vellos de sus fornidos brazos se erizaron, revolviéndose sobre sus improvisados asientos, pero la voz profunda y dominante del Paisano los tranquilizó enseguida:
-Pero no se inquieten amigos, todavía falta mucho para que eso ocurra.
Asi sumidos en sus pensamientos, y tiritones por la resaca los sorprendió el pito agudo de la locomotora del tren que hacia su entrada triunfal en la localidad de Rivadavia.
Ese dia llegaron a la mina a la hora del crepúsculo, encendieron el fogón y se dispusieron a matear para arreglar la “caña” y dormir tranquilos, o eso es lo que pretendían, en esos trajines estaban cuando un pirquinero se dio cuenta que el mate de calabaza que usaban se había roto.
-Cagamos paisanos, se rompió este maldito mate, les dijo.
No terminaba la frase cuando de la oscuridad apareció el Paisano, alargándoles un hermoso y brillante mate forjado en oro puro con bombilla incluida.
-¡Matiemos en el mio! exclamó el Paisano con la tranquilidad que lo caracterizaba.
Los mineros no podían creer lo que estaban viendo y con los ojos desorbitados por la sorpresa y la ambición se abalanzaron sobre el Paisano para arrebatarle el mate de oro.
Uno de ellos lo logró y levantando el mate, tal cual el padre cura levanta el cáliz en la consagración de vino exclamó:
-¡Ave María Purísima, el mate pà lindo!!
Al escuchar esta exclamación el Paisano comenzó a ponerse rojo, luego morado y se fue agrandando como un gran globo para terminar explotando en una gran nube de azufre.
Los pirquineros al ver tamaña e infernal visión, a pesar de ser hombres rudos y curtidos por la vida, no pudieron soportarlo y uno a uno fueron cayendo desvanecidos por la impresión.
La noche se fue alejando con su manto de tinieblas y el alba hizo su entrada con olor a madreselvas, y los mineros fueron recobrando el conocimiento, cuando estuvieron todos lucidos comenzaron a comentar el acontecimiento de aquella noche, de pronto uno exclamo:
-¡El mate de oro!, busquemos el mate de oro, huevón.
Y se lanzaron frenéticos a la busca de tan preciada joya, buscaron y buscaron pero tan solo encontraron un usado tarro salmonero con un clavo oxidado en su interior como bombilla.
Desde ese día el oro desapareció de la mina de la Quebrada de Los Mates, por más que se esforzaron los mineros, no encontraron ni siquiera un escuálido venero para laborar. Por lo mismo emigraron hacia otros derroteros para el lado de Polinarios.
Dicen que cuando uno de los pirquineros de la Quebrada de Los Mates estaba por morir (ya han muerto tres), se aparecía por el rancho un enigmático personaje, a visitarlo en su lecho de muerte le decía a la familia y a los amigos, que se conocían de antiguas faenas mineras y se habían juramentado tomarse juntos el ultimo mate y él venía a cumplir con esa promesa. Sacaba de uno de los bolsillos de su paleto un hermoso mate de oro, pedía agua para cebarlo y se lo acercaba a los labios del moribundo el cual exhalaba su último suspiro de vida, el Paisano envolvía el mate en un mugroso pañuelo negro y volvía a guardárselo en un bolsillo alejándose sin decir palabra alguna, dicen que se llevaba el alma del cristiano en el mate de oro.
-Bueno hijo, concluyó el abuelo Pedro su relato… desde entonces cuentan los antiguos, que le comenzaron a llamar a esta parte la “Quebrada de los Mates.”
El abuelo Pedro guardo silencio encendió un cigarro, y atrincó su caballo, venia aclarando el cielo, el lucero del amanecer tiritaba débil en el firmamento, divisamos no muy lejos en el fondo del valle de Los Cuartitos, los hilillos de humo de los fogones de la majada, los perros ovejeros comenzaron a ladrar y a husmear el aire alertados por nuestra presencia, en la puerta del rancho mi cuñado Ramón levantaba su mano en señal de bienvenida.