Tras la huella del Tesoro Los entierros de Rivadavia: El Entierro de la Higuera Sola
En esta hermosa localidad Elquina, Rivadavia, antaño pujante y dinámica, terminal ferroviario del Tren Elquino, aduana internacional del paso de Agua Negra, entre otros servicios, con grandes hoteles y comercio un verdadero terrapuerto del valle.
Decía don Mario Aliaga que existían tres ricos entierros; uno se decía que estaba enterrado al pie de una gran mata de higuera, única de su especie, en medio del bosque de eucaliptos del fundo La Casa Rosada en la rivera del Rio Turbio. En ese lugar se veía, desde el pueblo especialmente en las frías y oscuras noches invernales, una luz que bajaba desde lo alto de la barranca y se extinguía justo al tronco de la mata de la higuera, muchos atribuían el fenómeno a causas lógicas, que podía ser el “Rubio Ernesto” que bajaba a buscar agua al río (el Rubio Ernesto vivía en las cercanías del lugar con su familia), otros que podía ser el cuidador o el “camallo” de la Casa Rosada, en fin, pero pocos sabían que se trataba de una penadura de entierro.
Una noche del mes de junio, en las vísperas de la noche de San Juan, a eso de las diez de la noche llegaron al poblado tres jinetes desconocidos, con sus respectivos caballos silleros y dos mulares aparejados de tiro. Ataron sus cabalgaduras a la vara de caballos que estaba frente de la cantina de la Iris Saguez, y se dispusieron a servirse unas maltas en este boliche que estaba en su punto con rancheras a todo volumen y parroquianos jugando domino y/o conversando de la divino y de lo humano.
Los hombres libaron en silencio hasta el filo de la media noche y luego se retiraron del local tan silentes como habían llegado, montaron sus cabalgaduras y tomaron rumbo en dirección a bosque de eucaliptos. Nadie de la localidad vio ni escucho nada raro esa noche, pero el caso es que a la mañana siguiente el “Rubio Ernesto” encontró el hoyo al pie de la higuera y algunos pedazos de tablas arrumbadas, habían sacado el tesoro de la higuera solitaria, según se supo después fueron unos hombres que vinieron desde Rio Hurtado a sacar este entierro que consistía en dos cargas de monedas de plata y algunos doblones de oro, dicen que este derrotero se los había dado un “meico brujo” de la localidad de Caren.
De la misteriosa luz que bajaba de la barranca nunca más se supo ni nadie hablo más de ella, la madre tierra había regalado uno más de sus tesoros a sus hijos, los hombres.