El Guardavías Nocturno en Rivadavia
Por: Juan Carlos Robles
-Admiro su paciencia- dijo el hombrecillo al viajero que tranquilamente aguardaba la salida del tren hacia el poniente
– Cree Ud. que la maquina no saldrá hoy nuevamente
-Lo veo muy difícil, pero no imposible, los ferrocarriles hoy en día están muy abandonados por parte del Gobierno, vea usted su propio ejemplo lo estoy viendo hace más de trece años que espera la salida de algún tren hacia el poniente
-Tiene usted razón amigo mío, pero gracias a Dios que soy un tipo muy paciente
Y en efecto hacia más de trece años, que el Gobierno había suspendido la salida de trenes desde el pueblo de Rivadavia hacia el poniente; corría el año 1989 y el transporte carretero crecía con un auge feroz, ya casi nadie se acordaba del viejo tren de pasajeros que llenaba de emociones a su llegada y de esperanzas a su partida a los lugareños de Rivadavia en tiempos pasados.
-Y ¿Por qué no viaja en taxi-colectivo? Pregunto el guardavías algo intrigado al viajero, mientras encendía un arrugado cigarro que había sacado de uno de los bolsillos de su grasienta chaqueta ferrocarrilera.
-Créame que nos los soporto querido amigo, dijo el viajero.
-Los choferes son unos presumidos, se creen dueños de las vidas de sus pasajeros corriendo a velocidades salvajes, no sé que se creen ¿pilotos de fórmula uno? Jajaja… con suerte han obtenido la clase B; además no dejan tiempo para disfrutar del paisaje y de otras cosas bellas que nos ofrece la visión, a través de la ventanilla de un vagón de tren.
-Tiene usted razón, dijo el guardavías mientras se disponía a acertar un feroz golpe de combo a un clavo de línea que asomaba la cabeza por entre los durmientes.
– Y Ud. ¿Por qué se esmera tanto en mantener en forma la vieja vía? Si no tiene la seguridad de que va a salir algún tren.
-Buena pregunta querido amigo, pero la verdad es que mi oficio lo realizo por vocación y cariño, yo nací para ser guardavías, trabaje muchos años pagado por el Estado, luego me jubilaron pero no abandone los rieles y aquí me tiene Ud. manteniéndolos siempre en perfectas condiciones
-Su vocación es la que mantiene mi esperanza, viejo amigo, cuando lo veo noche a noche reparando la vía me da la impresión que pronto saldrá un tren para el poniente, comento el viajero.
-¡Que curioso! Exclamó el guardavías, a mi su presencia es la que me lleva a realizar mi trabajo con más ganas y alegría por lo menos se que existe un viajero que gozara de mis cuidados para con la vía.
A las 02.00 horas de la madrugada la estación de Rivadavia estaba desierta o casi desierta, salvo estos dos personajes que noche a noche dialogaban y discutían sobre tal o cual problema, arreglando el mundo a su manera cada cual aferrado a su propia locura.
Pero hoy en día la vieja estación de Rivadavia no es una estación común y corriente, donde se venden boletos y con gente en los andenes, la estación sirve como escuela para los estudiantes de la localidad, durante el día sus dependencias convertidas en aulas albergan a los bulliciosos estudiantes y a maestros graves que explican las materias a los alumnos entre llamados de atención o envíos a la inspectoría.
-Parece que tendremos mal tiempo hoy, observa el guardavías al mirar el cielo y descubrir densos nubarrones que se tejían cual perfecto rompecabezas sobre el fondo negro del plateado del firmamento.
-Así es amigo, dijo el viajero mientras se disponía a poner a buen recaudo su curioso equipaje.
-Hay que ver la neblina arrastrada que viene entrando, concluyó.
-En realidad pienso que debería Ud. viajar por carretera estimado amigo, dijo el guardavías, mientras se abotonaba su vieja chaqueta raída por el tiempo.
-¡Ni lo sueñe! mientras exista esta vía férrea y este guardavías cuidándola no desistiré a la idea de viajar en tren, dijo resueltamente el viajero.
El guardavías se encogió de hombros y siguió husmeando el tiempo, era mes de Julio y el invierno era crudo en aquella región, cuando se desataba la tormenta no paraba hasta después de cuatro días de intensa lluvia.
-Le contare que anoche antes que usted llegara a esperar su tren, dos jóvenes enamorados se atrevieron a quedarse en el andén hasta pasada la medianoche.
-No me diga, ¿y qué sucedió? Pregunto entusiasmado el viajero.
-Cuando sintieron mi martillo que caía sobre los clavos haciendo crujir los durmientes y vieron tal vez la luz de mi farol se santiguaron y huyeron como alma que se lleva el diablo, me dieron ganas de reír y de correr tras ellos al mundo de los seres vivientes pero pensándolo mejor creo que no es tan bueno como el nuestro; nosotros los espíritus podemos caminar libremente por las calles sin tener que preocuparnos de vestir bien ni de mostrar credenciales a ciertos agentes hostigosos.
-Tiene usted razón viejo amigo, dijo el viajero, nuestra vida es la más tranquila que hay, no tenemos prisa ni tampoco aplomo, ecepto cuando algún vivo quiere meterse en cosas que no le corresponden
-Si, afirmo el guardavías, y casi siempre son cosas relacionadas con lo material, ya sea donde hay un tesoro o cual será el numero ganador del gordo de la lotería; pobres mortales no saben cual hermoso es vivir en esta dimensión donde lo tenemos todo y nada a la vez, pero no lo entenderán hasta que dejen su cuerpo terrenal dormido para siempre boca arriba.
La noche continuaba su curso en completa quietud, las almas con cuerpos entregados al descanso nocturno y nuestros amigos seguirán tal vez por siglos conversando noche a noche o hasta que un día el viajero aborde su tren hacia el poniente y el guardavías nocturno levante su mano en señal de despedida.