Gabriela Mistral, la vigencia de su palabra y su ideario pedagógico

Por: Paulina Mora Lara, Seremi de Gobierno de la Región de Coquimbo
En 1945, una mujer nacida en el Valle de Elqui recibió el Premio Nobel de Literatura. Gabriela Mistral, maestra rural, escritora, pensadora y diplomática, fue reconocida como una de las voces más potentes de su tiempo. Y fue ella, una maestra rural del Valle de Elqui, hija de una familia pobre, quien se alzó como la primera mujer latinoamericana en recibir ese reconocimiento. No fue por azar ni por carisma, fue por su talento y por su verdad. Una verdad escrita con palabras que siguen calando hondo: la infancia, la pobreza, la educación, la dignidad.
Gabriela Mistral no fue una figura lejana ni decorativa. Fue una intelectual profundamente conectada con el pueblo, con los dolores y sueños de las niñas y niños, de los trabajadores del campo, de los pueblos originarios y de las mujeres que criaban solas, como lo hizo su madre. Su vida fue testimonio de lucha contra las injusticias y de amor por lo común. En sus versos y en sus oficios —maestra, diplomática, pensadora— puso al centro a los más olvidados.
Fue hija de la ruralidad, criada en el paisaje seco y luminoso del Valle de Elqui, donde aprendió a mirar el mundo desde la ternura, pero también con rigor. Es por eso que Gabriela hablaba de “la ternura como principio”, algo que no es blando ni ingenuo, sino profundamente revolucionario. En su mirada estaba el derecho a una educación pública de calidad, el respeto por las infancias, la valoración del mundo rural y campesino como fuente de saber, cultura e identidad.
Fue en las escuelas humildes, en pueblos campesinos de nuestra Región de Coquimbo, a menudo relegadas al olvido, donde sembró su vocación de maestra y su convicción de que la educación es una herramienta fundamental para avanzar a una transformación social. Para Gabriela Mistral, enseñar era un acto de entrega, de humanidad profunda, una tarea que trascendía el aula y que se tejía en la vida misma, máxima que defendió con firmeza, articulando su ideario pedagógico: «Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con actitud, el gesto y la palabra».
Hoy, desde el Gobierno del Presidente Gabriel Boric, y como vocera de la región que la vio nacer, quiero reivindicar su figura como guía ética y política para las transformaciones que estamos impulsando.
En este Chile donde aún hay niñas y niños que caminan kilómetros para llegar a la escuela, donde hay pequeños que sufren violencia y exclusión, donde ser pobre sigue siendo una condena, la voz de Gabriela nos interpela. Nos exige construir un país más justo, donde el cuidado sea un valor político, donde el Estado abrace a quienes históricamente ha dejado atrás.
Gabriela Mistral está más viva que nunca en nuestras luchas. Ella entendió antes que muchos que el rol del Estado no es ser espectador, sino garante de derechos. Su defensa de la niñez no era asistencialista, era profundamente emancipadora. Ella quería que los niños y niñas fueran “reyes de su alma”, con hambre de aprender y alas para volar.
A 80 años del Nobel, no la recordamos como un busto frío en una escuela. La traemos a la vida como semilla fértil para un futuro distinto, donde las palabras no sean solo palabras, sino actos de justicia. Que su legado nos siga inspirando para hacer de Chile un país que no solo reconozca a su gente, sino que la cuide, la escuche y la levante.