La animita de Marchant – Rivadavia
Por: Juan Carlos Robles
En los duros años treinta, en plena depresión mundial, poco antes de que comenzara la segunda guerra mundial, el valle de Elqui y específicamente el poblado de Rivadavia comenzaba a llenarse de gente, “ afuerinos” como los llamaban los lugareños.
A eso de las 11.00 horas hacía su arribo a la última estación de El Ramal el Tren Elquino, de sus extrañas bajaban a esta tierra hombres, mujeres, jóvenes y no tanto, venidos desde distintos puntos del país especialmente del sur y del norte, pampinos huyendo del hambre tras la crisis del salitre, su objetivo engancharse en los trabajos de la construcción del Tranque de la Laguna en la alta cordillera del valle elquino.
Subiendo por la rustica ruta internacional 41 de Agua Negra, esta obra de regadío comenzó sus construcción en el año 1927 y fue terminada en el año 1937, por lo que en los diez años que duraron los trabajos pasaron por esta obra miles de obreros, maestros, albañiles cocineras y otros oficios.
Un día de esos puso en el andén de la estación de Rivadavia sus raídos calamorros un hombre de unos 33 años, tez morena mediana estatura, pelo negro, mirada dulce y sonrisa fácil, se dice que venía del sur, su nombre Alamiro Marchant.
Este hombre como tantos de los que llegaban buscó un lugar donde lo recibieran entre los lugareños, como todos aduciendo parentescos lejanos o amistades perdidas en el tiempo y en la memoria, al fin de cuentas Marchant se arrancho en la casa de don Cipriano, casado con Doña María Luz, los cuales tenían una hija de 12 años llamada Carmela, Don Cipriano tenía su rancho a un costado del camino internacional al pie de un gran higueral en el sector de la mítica quebrada de San Juan, en Rivadavia.
Instalarse en la casa de Don Cipriano y conseguir trabajo en la obra de la alta cordillera, fue un mero trámite ya que al tercer día ya iba rumbo a La Laguna en una carreta tirada por mulas ya que los viejos camiones estaban reservados a los ingenieros y jefes de la obra.
Los trabajadores estaban treinta días en las faenas de la alta cordillera, luego de recibir su salario bajaban al pueblo de Rivadavia, con la garganta seca, y la sangre congelada por el duro clima de la cordillera, y se sumergían en cinco días de farras con vino, chicha y aguardiente, sin dejar de mencionar las sabrosas cazuelas de ave y los cabritos a la parrilla.
Así latía la vida por esos duros años en este pueblo mágico del valle de Elqui, pero una noche fatal cuando Marchant farreaba con el dueño de casa y dos paisanos más, con los vapores del alcohol nublándoles la razón, comenzó una discusión con el dueño de casa Don Cipriano, que al parecer se había puesto celoso por las atenciones que Marchant le hacía a la buena moza Doña María Luz, la discusión subió de tono , volaron los garabatos y los hombres se desafiaron a los puños a una distancia prudente del rancho a la orilla del camino. Se suponía que los paisanos de Marchant estaban de su lado, y el pugilato seria entre Don Cipriano y Marchant, pero nada de esto sucedió, los supuestos amigos de este en un acto vil y cobarde le rompieron el cráneo a pedradas, prácticamente lo lapidaron, con el único propósito de ganarse la confianza del dueño de casa y sus favores, Don Cipriano miraba impávido el brutal crimen, los hombres cruzaron sus oscuras miradas y se perdieron en la negra noche hasta los días de hoy.
Al día siguiente del asesinato los niños pastores de Don Pío Galleguillos, propietario de una pulpería en el sector alto de Rivadavia, cuando arreaban un piño de cabras hacia la quebrada de San Juan, encontraron el cuerpo sin vida de Marchant y dieron aviso a las autoridades.
Después de todo el escándalo que un hecho como este produce en un pequeño poblado, un alma piadosa levanto una cruz de palos de chañar en el lugar del crimen y grabo con cincel en las piedras de una añosa pirca la siguiente inscripción que aún perdura hasta estos días “A Marchant 1930”. Pasó el tiempo y los lugareños y viajeros que pasaban por el lugar dejaban ofrendas florales en la Animita de Marchant como la empezaron a nombrar, un día una mujer desesperada por la enfermedad incurable de su hijo, le hizo una manda a la Animita y al cabo de unos días el niño se recuperó milagrosamente, el hecho corrió como reguero de pólvora entre los entre los pobladores de Rivadavia, y la Animita de Marchant cobró fama de milagrosa, emulando a la Difunta Correa de la Argentina, hasta los días de hoy acuden penitentes de todas partes a pedir favores de salud, de amor, de trabajo a la Animita de Marchant que en estos días luce remozada con una sobre tumba rodeada de verdes quiscos y centenarios chañares en un lugar agreste del sector de la quebrada de San Juan en Rivadavia.
Nota del Autor: quiero dar los agradecimientos a una centenaria y venerable anciana de Rivadavia, la Sra. Aura Caballero por haberme ayudado construir esta historia.