La trágica historia del matrimonio Lejderman Ávalos asesinados en los cerros de Gualliguaica
A 50 años del Golpe Militar recordamos esta historia a través del Fondo de Medios, con el sobreviviente de este triste episodio de nuestra historia, Ernesto Lejderman Ávalos.
El próximo 09 de diciembre de este 2023 se inaugurará en la localidad de Gualliguaica un monolito y un mural en recuerdo al matrimonio Lejderman Ávalos, quienes fueron asesinados hace 50 años por una patrulla del ejército de la dotación del Regimiento Arica de La Serena, en una de las quebradas cercanas a la localidad de Gualliguaica.
Esta es una de las historias más emblemáticas de la zona en el periodo de la dictadura de Agusto Pinochet Ugarte, que comenzó con el golpe militar del 11 de septiembre del 1973.
El protagonista de esta historia es Ernesto Lejderman Ávalos, que en aquel entonces tenia dos años de vida, quien quedó huerfano y solo, quedando en un convento de monjas en La Serena, al que lo llevó el comandante de ejército Juan Emilio Cheyre.
Allí permaneció durante tres meses al cuidado de una monja hasta que, gracias a las gestiones de sus abuelos argentinos, fue embarcado en avión con rumbo a Buenos Aires. Allí creció ignorando su propia historia, la que por años le fue ocultada. Pero un inesperado hallazgo le expuso de golpe a la verdad.
Comienzo de la historia
Ernesto es hijo de Bernardo Mario Lejderman Konujowska y María del Rosario Ávalos Castañeda. Su padre era músico y estudiante de Derecho de origen argentino. Su madre era mexicana, estudiante de Sociología y trabajaba de bibliotecaria en la Universidad Autónoma de México (UNAM). Además, ambos eran profesores. Se conocieron en la Ciudad de México y en 1971 se vinieron a vivir a Santiago de Chile, seducidos por el proceso de cambios sociales que entonces se registraba en nuestro país.
Al momento del Golpe de Estado, Bernardo Lejderman era asesor de la Gobernación de Vicuña, en la actual Región de Coquimbo. El matrimonio fue asesinado en la madrugada del 8 de diciembre de 1973 por una patrulla militar de la dotación del Regimiento Arica de La Serena, en el valle de Elqui.
Los abuelos de Ernesto Yoliztly Lejderman Ávalos habían decidido no contarle la verdad. La idea era que el niño no sufriera con la cruel historia. Con el pasar de los años, siendo un niño aún, se armó de coraje para decirles que ya conocía su secreto mejor guardado. “Mi abuela casi se suicida cuando se enteró lo de mis padres. Con su dolor, se hizo cargo de mí, vivió para mí. En su lugar hubiese hablado de la situación y hubiese ido a un psicólogo. Pero mi abuela desde que tenía doce años y vino a Argentina trabajó con una máquina de coser, no fue a psicólogos ni tuvo estudios. Con su personalidad, hizo lo mejor que pudo y lo hizo bien”, comentó Ernesto.
El hallazgo en los cajones de los abuelos fue solamente el punto de partida para la larga jornada de Ernesto en procura de la verdad y la justicia. La historia comenzó a emerger del olvido a comienzos de los 90, cuando tenía poco más de 20 años, y en Buenos Aires recibió una carta desde Chile. Era Sergio Majul, amigo y compañero de su padre. Lo había estado buscando durante años. Ernesto viajó a Santiago de Chile y se reunieron. Fue así como conoció en detalle la vida de sus padres. A continuación, partió hacia Vicuña, donde su padre había realizado una importante actividad social con las comunidades agrícolas que emergieron de la Reforma Agraria.
“Pude conocer a personas que conocieron a mi papá en el campo y las zonas humildes. Todos lo recordaban. Todo el pueblo se acordaba de mi papá y mi mamá. Las familias querían que me quedara con ellos. Lo mejor fue encontrarme con un pasado que hasta entonces no era mío”, cuenta. Allá conoció a un testigo del asesinato de sus padres. “Era un hombre de campo, muy humilde. Se llamaba Luis Horacio Ramírez”, describe Ernesto.
“Un delator contó a los militares que Ramírez sabía dónde se encontraban escondidos mis padres, que era en unas cuevas en la quebrada de Gualliguaica. Una patrulla militar fue a la casa de Luis, a quien torturaron, quebraron su voluntad y terminó llevándolos al escondite”, detalló.
En diciembre del 2013, cuando se cumplieron 40 años del hecho, Ernesto visitó la zona para ir hacia donde está la cueva en donde fueron asesinados su padres, oportunidad que se hicieorn diversas actividades en su honor. “Estoy realmente muy emocionado por estos homenajes, yo me siento parte de aquí, mi historia está ligada a este pueblo, por lo que me llena el corazón estas muestras de cariño”, sostuvo.
Los Lejderman se refugiaron en esas cuevas pues sabían que los buscaban. Cuando los encontraron, estaban esperando un arriero que los cruzara a la Argentina por los pasos cordilleranos. Los cadáveres de Bernardo y María fueron inicialmente enterrados por Ramírez, que hizo una marca en la tierra para reconocer el lugar. Ernesto sobrevivió a la masacre y fue a parar hasta un recinto de la Iglesia Católica donde estuvo por un par de meses, hasta que fue rescatado por una amiga argentina de la familia que lo condujo con sus abuelos paternos en la capital trasandina.
No fueron fáciles los años de Ernesto en Argentina, cuando pudo saber la verdad. “Me hubiera gustado crecer y llevar una vida en Chile con mis padres”, comenta. En el país trasandino, sus abuelos vivían de una modesta pensión. No había dinero ni para el bus, pero aún así terminó con esfuerzo la escuela técnica y se recibió de Técnico Electrónico en Comunicaciones. Sufría dolores de cabeza recurrentes y contracciones musculares, por lo que no pudo continuar con los estudios universitarios. Una depresión lo mantuvo en cama por dos años. El pequeño departamento heredado de sus abuelos estuvo a un paso de ser rematado tras una cobranza judicial. Tras ese hecho, decidió encarar a los demonios del pasado.
Comenzó a participar en forma activa en los esfuerzos por verdad y justicia en el caso de sus padres y de todos los casos similares, a uno y otro lado de la cordillera.
El 4 de diciembre de 2000 presentó una querella en la justicia chilena por el asesinato de sus padres. El caso logró una enorme notoriedad al revelarse que, después de las ejecuciones sumarias, el niño fue entregado a la Casa de la Providencia de La Serena, a cargo de religiosas, por el entonces teniente Juan Emilio Cheyre Espinosa, quien llegó casi 30 años después a Comandante en Jefe del Ejército.
En este 2023, a 50 años del hecho, Ernesto visita nuevamente la zona, esta vez para participar del homenaje que se les hará en la comuna a sus padres, con un monolito y un mural en la localidad de Gualliguaica.